Tú me conoces,
parral de torcidos brazos sobre la dolida viga del aire.
Eres viejo como la casa,
duerme tu aliento de sombras
un quebrado brillo de siestas;
en la pradera de baldosas amarillas
el surtidor gotea su reloj de patio
con el rítmico latido de tus ramas.
¿Dónde estará tu corazón de lentas aguas,
la permanente marea que eleva hasta los brotes
el deseo de crecer hacia la vanidad celeste del cielo?
Amigo,
por eso:
permiteme vivir en el páramo verde de tus hojas,
en el laberinto que van formando las nervaduras silenciosas
de los ríos que corren con la invencible savia que te habita…
hasta dejarme los ojos llenos
de la vegetal transparencia
que visten tus racimos.
15/11/2008
Copyright ©Gustavo Cavicchia.
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