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Como siempre.

COMO SIEMPRE.

Primero ella le dijo al hombre que no cambiara nunca. Ahora, que lo deja dice: _que nunca va a cambiar_. Así, el hombre se fue quedando solo. Solo, solo y al final muchísimo más solo. Solo, con mayúsculas: SOLO.

Sin Dios, sin diablo, un pobre diablo quedo hecho el hombre, con su casa desvencijada, con su corazón igual, igual a una pared fría, desnudo, con la noche ya sin cuerda en las ojeras, dormida.

El hombre no dormía, miraba la noche, fumaba y escribía estas cosas; pensaba que la soledad no es buena amante, que la soledad no lo escucharía, ni le haría rabietas, ni le diría que se afeite, que cuando iba a dejar de fumar, que la soledad en definitiva es lo diametralmente opuesto a una buena mujer, que si fuera posible cambiaría, que podría tener un gato, un canario, amarillo; cambiaría, se lo propuso firmemente mientras escribía, fumaba y pensaba; y así se dio cuenta ( como siempre que pensaba), que ya no tenía cigarrillos… como en tantas otras noches cuando estaba ella, pero esta vez sin ella, salio de casa.

Cambiaría, se dijo el hombre, oscuro y pensador, mientras la noche lo miraba con su gran pupila ciega, el hombre se perdía en la calle, rumbo al único lugar abierto a esas horas…

como siempre.


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