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Silencioso




Toma mi mano: es un viaje largo, estas son las primeras baldosas amarillentas con esas guardas oscuras que no dicen nada pero que recuerdan a las cosas viejas; como esos trenes de vapor levantando la nieve espesa en nubes de helados de limón. Un poco más allá, -no te preocupes, son algunos pequeños pasos solamente-están las primeras macetas de terracota con sus plantas carnosas de nombres a veces graciosos: la rustica cola de burro, la planta de jade con su florecilla rosada, la aterida Katy flamig que siempre quiere su bufanda, la aloe vera tan medicinal en ocasiones.

La pared de adobe salobre nos está guiñando un ojo,
con qué sutil dulzura hace su vaivén de pestañas descascaradas, el sol crepuscular pone más bella aún la hiedra que se cubre con una luminiscencia aterciopelada, hay arañas allí, sus telas desprolijas están quietas en el aire ausente, péndulan, ansiosas, listas, golosas; ávidas de moscas o de mosquitos desavenidos para sus trampas estratégicas de seda imperceptibles. -Mira- esa es la canilla del patio, es tan vieja como la casa, de gota en gota va marcando la liquida temporalidad que pasa hace más de cien años; ¿ cuántas lunas fueron rodando en este patio hasta hoy ? -Imagina- la luna de queso, el amor imposible de las lauchas, girando por este patio de baldosas de un amarillo marchito.

Un poco más allá hay otra puerta, es de madera ajada,
mal pintada por la desidia, da al fondo de la casa, -podemos ir, no temas, no sueltes mi mano;- vamos hacia dónde viven los agapantos, los rosales con sus rosas de sensualidad aturdida, hay mucho césped allí,
si miras hacia arriba suspendido esta un colibrí, con todos los colores de fucsia de verde encendido, vuela a confundirse con la oscuridad de las marquesas.

Podemos inventariar las nubes recostados en el suelo del jardín, ver sus formas cambiantes de un daguerrotipo azaroso contra el celeste intenso lejano; ese otro mar cóncavo mirado desde abajo, caracolas sinfónicas de arena tintinean en lo alto; la lunática mujer del sol suelta su blanco pelo de eternidad distante, baila la tarde soleada como una joven gitana bajo la luna; se nos va metiendo el cielo en el alma suspendida, corre bajo nuestro cuerpo aguas de tiempos precámbricos; desde un casi imposible primer segundo
con la probabilidad toda de no ser nunca, hasta el sí fue, en un colosal estallido primigenio de la luz gestada del cosmos a historia irrevocable de un planeta que agoniza intoxicado en largos gemidos de cetáceos cantores, distorsionados por el bochinche de cuantiosísimos quintales plásticos botados en los océanos, únicamente por la ambiciosa imbecilidad irracional de los humanos.

Siente cómo crece la sombra fatigada de los árboles; sensible sonámbula del reloj fantasioso de los calendarios; -pero ya estamos aquí, a pesar de mí y de tu miedo-, no fue fácil llegar; donde el nuevo color del pasto virgen crece en nuestras espaldas adoloridas, donde nos va cubriendo con pequeñísimas
manos húmedas de savia cristalizada, donde nos vamos hundiendo en un tobogán larguísimo, lento suave pesado descenso inexorablemente hacia dónde viven tantas cosas adoradas, quien sabe, cosas que ya no son, que fueron.

Nos hundimos con los sueños encadenados a los tobillos de sendas esclavas de obligaciones nuevas, viajamos a la tranquilidad de nuestra madre inmensa, hacia la oscura tierra, blanda, minuciosa, terrible en la verdad de estar vivo, tan libre de perjuicios, pero tan justa, sí, aquí, junto a tantos seres que extrañamos, intensamente amados, insoportablemente muertos, en esta profundidad aguda, honda profundidad de magma callado, aquí donde pulsa el compas del mundo la música de su rotar ingrávido, tan cerca como se pueda, en su sincronismo planetario eterno de comprensivo padre bonachón... -voy a dejarte abandonado, no temas, ahora tengo que irme-; se me hace tarde, me espera el trabajo inevitable, las obligaciones, los bancos, los boletos de tren para ir una ciudad absurda, el egoísmo citadino, los malditos automóviles, la agria oficina atestada de expedientes, todo lo gris de no ser poesía.

Se ha hecho tarde, muy tarde ya, otro día regreso a buscarte, te lo prometo, tengo que irme ahora, pero quédate tú, en este lugar hondísimo pobre corazón, mi pobre corazón silencioso, te prometo que voy a buscarte, pero quédate aquí, por favor, latiendo hasta que vuelva.



por Gustavo Cavicchia.
https://elarpatartamuda.blogspot.com/

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