Se había acostumbrado a sus zapatos nuevos, a su camisa que estaba de medio planchar y a las medias de dos colores (casi iguales); nadie se daría cuenta en el trabajo de esas medias _”se dijo seguro”_, mientras tomaba té taragüi porque del café no existía ni el olor de café.
Se había acostumbrado: al olor de fritanga de la cocina, a la inmensa parva de platos sucios y vasos no tan sucios que vaya uno a saber como se fueron juntando. Digamos que estaba bien después de dos días de perfecta soledad austera y digna.
Se prendía un cigarro philip morris, daba de comer al gato kitekat a prueba de piedras ranales... y llamaron a la puerta, llamaron suavemente, como si el viento arañara la madera.
Ella allí parada, espiga, trigal moreno bajo el sol de noviembre, inmensos ojos para perderse dentro. (nota al pie). Ella, la mala, mala, en el lindel de la puerta, en el limite del cuerpo que dejo abandonado como el esqueleto de un barco hundido, mala, mujer y hermosa.
Allí estaba ella... y la dejo pasar.
Digamos que estaba bien, que ahora esta mucho mejor.
Juntos se pusieron a limpiar la casa, a desordenar la cama.
Llamo al trabajo para decir que estaba enfermo.
Nota del autor:
Ojos moros, marrones y totales del color de la tierra húmeda. Lugar universo donde ir a descansar los sábados a la tarde.
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Salva un árbol escribe en papel virtual.