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Patria de olvido.


Patria de olvido





PAÍS DE OLVIDO.

Porque puedo olvidar
es que te amo.

Porque
puedo olvidar
es que amo
ese costado tuyo

tan parecido al agua,

a la lluvia.

Es
tan simple
esta maquinaría
de la soledad,

sus pájaros
de yeso,

lo inútil
de sabernos
carne.

Vidrios rotos.
Vidrios rotos.

No cantan así los pájaros.

Y en esta patria
de olvido
nazco del fuego,
nací del fuego,
hemos
nacido
del fuego.

Yo que no tengo país
quiero fundar mi patria
en la soledad

de un acantilado.

Luz sin menoría.

Nos
hemos
tocado
tiernamente
como si estuviésemos
hechos
de distancia;
a veces
con manos
torpes,



lejanas.




( Poema improvisado en el papel y luego recitado ante una cámara ).

16/06/2010.



Copyright ©Gustavo Cavicchia.
-Todos los derechos reservados.

Wally.
Salva un árbol escribe en papel virtual.
Apoemas.

El árbol

Un árbol no es un árbol,
un árbol es un puente
que lleva al cielo.
G.C

______________

El árbol.


______------- Quisiera ser

------------.corteza
abrigando su paciente latido,
.______...o raíz ávida
por la luz del agua,

o una de sus ramas,
ésa
donde aquel gorrión esconde
tesoros de dicha
y ---------pan.

Incólume
abre sus brazos a Dios
_________..o a__ Nadie.


______De la sal de la tierra,
de la inercia húmeda y oscura

fuiste creciendo
hasta dominar el cielo
para nombrarme la humana medida de los años,


lámpara viva
______________de sombra flagelada en el féretro del aire.


23/02/2008.


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Wally.
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Ella

Se había acostumbrado a sus zapatos nuevos, a su camisa que estaba de medio planchar y a las medias de dos colores (casi iguales); nadie se daría cuenta en el trabajo de esas medias _”se dijo seguro”_, mientras tomaba té taragüi porque del café no existía ni el olor de café. Se había acostumbrado: al olor de fritanga de la cocina, a la inmensa parva de platos sucios y vasos no tan sucios que vaya uno a saber como se fueron juntando. Digamos que estaba bien después de dos días de perfecta soledad austera y digna. Se prendía un cigarro philip morris, daba de comer al gato kitekat a prueba de piedras ranales... y llamaron a la puerta, llamaron suavemente, como si el viento arañara la madera. Ella allí parada, espiga, trigal moreno bajo el sol de noviembre, inmensos ojos para perderse dentro. (nota al pie). Ella, la mala, mala, en el lindel de la puerta, en el limite del cuerpo que dejo abandonado como el esqueleto de un barco hundido, mala, mujer y hermosa. Allí estaba ella... y la dejo pasar. Digamos que estaba bien, que ahora esta mucho mejor. Juntos se pusieron a limpiar la casa, a desordenar la cama. Llamo al trabajo para decir que estaba enfermo.



Nota del autor:
Ojos moros, marrones y totales del color de la tierra húmeda. Lugar universo donde ir a descansar los sábados a la tarde.



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Wally.
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Como siempre.

COMO SIEMPRE.

Primero ella le dijo al hombre que no cambiara nunca. Ahora, que lo deja dice: _que nunca va a cambiar_. Así, el hombre se fue quedando solo. Solo, solo y al final muchísimo más solo. Solo, con mayúsculas: SOLO.

Sin Dios, sin diablo, un pobre diablo quedo hecho el hombre, con su casa desvencijada, con su corazón igual, igual a una pared fría, desnudo, con la noche ya sin cuerda en las ojeras, dormida.

El hombre no dormía, miraba la noche, fumaba y escribía estas cosas; pensaba que la soledad no es buena amante, que la soledad no lo escucharía, ni le haría rabietas, ni le diría que se afeite, que cuando iba a dejar de fumar, que la soledad en definitiva es lo diametralmente opuesto a una buena mujer, que si fuera posible cambiaría, que podría tener un gato, un canario, amarillo; cambiaría, se lo propuso firmemente mientras escribía, fumaba y pensaba; y así se dio cuenta ( como siempre que pensaba), que ya no tenía cigarrillos… como en tantas otras noches cuando estaba ella, pero esta vez sin ella, salio de casa.

Cambiaría, se dijo el hombre, oscuro y pensador, mientras la noche lo miraba con su gran pupila ciega, el hombre se perdía en la calle, rumbo al único lugar abierto a esas horas…

como siempre.


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Wally.
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Apoemas.

Los Muertos.

LOS MUERTOS.
Los muertos son los otros,
los amanecidos,
los que guardan el trigo y la miel en sus manos abiertas,
los que guardan el cielo, la noche,
en sus ojos siempre abiertos como las estrellas.

¿Por qué yo he venido hasta aquí,
descalzo, a no poder llorar mi vergüenza?

Si mis muertos son simples muertos.

Ellos mueren de viejo,
salen en las fotografías
abrazando a sus nietos.

No son como los otros muertos:

aquel desaparecido,
esa mujer,
ese niño.

Aquellos otros muertos;
los inmensos muertos del profundo fango
o de negros rios;

muertos violados,
olvidados por todo y todos,
llenos de otoño con los huesos fríos
como el plomo de una bala,
grises como el humo
del disparo en la mano que no tiembla.

Los muertos son los otros.

Ellos,
los pobres muertos.

No mis muertos felices.


02/02/2010



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