XXX

No sé mi nombre.

¿No sé mi nombre?

Hay una nota musical nítida en el aire que tiene el afán de buscar la ausente realidad; 
luz sin armonía inmóvil en los espejos desmemoriados;
vidrio luminiscente que dan forma a una mueca espuria al rebotar en la misma superficie plana de la pulida piedra; 
bola de estambre enmarañada que gira sobre sí en un espiral de aguas sonámbulas; 
imagen en el perfil indiferente que forma los reflejos de este inexplicable mundo sordo. 

Arriba aparece la luna suspendida de sí misma,
inocente como la sangre de los castores sin ningún color verdadero en el cielo, 
abarcada de ladridos lejanos, 
de aullidos roncos, 
de maullidos ásperos en los tejados amables,
y de murciélagos analfabetos a la lectura del braille que con bastones de ciego cazan mosquitos epilépticos sorprendidos.

Aquí abajo en este suelo inabarcable minado de cadáveres de cucarachones sin sepultar, 
en toda la oscuridad del cuarto, 
en mi tálamo desordenado, 
cohabitan las criaturas que reptan sólo guiadas por su tacto. 

¿Qué se hizo de mis sueños?:

De mi pecho saltan flores machacadas que dejan un gusto férreo de herrumbre  en la saliva, 

como besos de la boca amplia de una espantosa soledad indiferente. 


Camino todo el tiempo por calles desconocidas, 
veo casas incoherentes,
difuminadas como bosquejos de un acuarelista lego que en trazos de su pluma monocromática va dejando en el papel hambriento su rauda tinta virgen:

Hay árboles inmensos de dedos torcidos en la aridez de los retortuños, 
sosteniendo en sus abiertas manos un cielo cáustico de astros vagabundos 
entre valles negros y sórdidas montañas
que hace una eternidad de años dejaron de estar alegres.

Hay un sendero luminiscente hecho de fósforo
y ceniza descendiendo entre el aquelarre de los jarillales hacia el bajo de la quebrada donde se acumula el polvo indiferente de la lluvia seca de hace toda una vida. 

¿Dónde estará la araña con su tela?
¿Dónde estará el muérdago que de niño
íbamos a buscar con mis abuelos?
¿Dónde está el lagarto matuasto?

En su lugar viene esta tristeza noctámbula 
descalza con pies percudidos, 
que va vistiendo campanarios de palomas sucias; 
vomitando pesados pajarracos oscuros que se arrastran por los bordes de la cama; 
arrojando búhos ciegos de amarga pena contra la pared desnuda; 

y entre el colchón y las sábanas y mi alma abandonada crece el musgo agre de una desolación espesa con el sabor baladí de la ginebra rancia y del cigarrillo encendido antes del alba. 

- ¡Baila tristeza,
amalgamada de recuerdos!-

Lóbrega gitana de mirada perdida en los cristales opacos de la ventana, 
entre las cosas del brumoso jardín, 
entre las hojas turbias de la enredadera innominada.

- ¡Muestra tus dientes;
soberbia bestia de sonrisa desencajada! -

Casquivana de la ocre nostalgia sin benevolencia; 
licenciosa concubina de un lupanar anodino a la espera en el embarcadero tórrido
de un océano en permanente pleamar fecundo de peces proxenetas y agónicos delfines desmembrados: 

eres tan parecida a la muerte; 
tienes sus mismos ojos castaños de rectas pestañas, 
su mismo pecho de sed atragantada en sal acérrima, 
el mismo esqueleto que el viento percusiona indiferente en el ritmo áfono de unos huesos blancos.

Esta noche
espero que me trague el desierto
y me escupa limpio en una humanidad brillante:


Abro los brazos 
en el hastiado madero 
tanto como puedo
para caer en el espacio hueco 
de mi cuerpo 
ausente;

miro el humo
de este buen tabaco 
rubio
subir pesado
como un fantasma
de gris
y metálico dulzor,

hasta dejar
que la endiablada 
pena 
flote
hacia el cielo raso
con las volutas de
mi
alma.


¿Dónde se fueron tantas cosas que amaba?
¿Dónde está mi bicicleta verde intergaláctica?
¿Dónde estará Mariela con su falda?

Cuando despierte buscaré mi nombre
entre el paladar y la lengua como un
extranjero busca un mapa debajo de
su jersey azul...

y buscaré tu nombre
también

(bellísimo verbo que te haces palabra)

entre las ruinas
de esta habitación vacía.




By gustavo cavicchia.
Febrero 2021.





De ciudad.



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Miro despertar la ciudad dormida 
como la vestal mestiza que olvido su pelo 
suelto en la noche de un denegre terciopelo 
entre viejos autos que huyen a su guarida. 
 
Semáforos y calles que resplandecen
todo es un cuadro difuminado
de luz prisma y plástico contaminado
en las precarias casas que a nadie pertenecen.
 
Aparece de andrajo una carreta tirada a sangre 
por un caballo de color opaco que en el lamento
de sacar fuerzas imposibles relincha su hambre.
 
Dios se fue a caminar (descalzo) por el firmamento.
Un sol alto muestra su faz de tibieza alegre,
y el carro con su caballo pasa mísero como un osambre.




Trate de llevar este poema a soneto. No soy entendido en el tema y reconozco que no es fácil, sobre todo el tema del ritmo acentual y el tipo de versificación usada que no es compatible con las normas del soneto. Igual estoy feliz con el resultado. Dejo abajo la versión que llame Soneto Citadino ó Citadino simplemente. Nota. en el estrambote: dioico del latín dos casas termino usado en botánica.



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Citadino.



¡Oh bella ciudad!¡Mi vestal herida!

Mestiza orgullosa de negro pelo:

eres un nocturnal de terciopelo

entre autos que huyen en estampida.


Calle y barro… la vereda partida,

el semáforo tuerto contra el cielo,

los techos rotos de plástico en duelo

paren una ranchada desvalida.


Una carretela destartalada,

jala desde su hambre un caballo heroico,

con fuerzas de su osamenta desnuda.

 

¡Latigazo! ¡Relincho! Crueldad ruda,

en el lomo ciego para la arriada,

corre raudo el pobre animal estoico.

 

¡Oh ruin destino dioico!

De familia indigente sin alarde,

a mi pulcra vergüenza de cobarde.





Febrero 2021.

[By Gustavo Cavicchia.]




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Copyright ©Gustavo Cavicchia.-
Todos los derechos reservados.
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El raro caso de Timothy McVeigh.

Sé de un hombre oriundo de Tennessee, de los alrededores de Nashville, que por aquellos años comenzó a tener problemas en una de sus piernas, primero: perdió la sensibilidad de la rodilla a la ingle, luego, la fuerza del muslo a la pantorrilla, tal que así; comenzó a deambular arrastrando su pierna muerta por todos los lugares, por la casa, por los parques aledaños, y por su trabajo. Era técnico dental en la Small Dental Centers, se ufanaba de ser el responsable de que, una gran cantidad de niños norteamericanos, gracias a sus hábiles manos, disfrutaran de magnificas pequeñas sonrisas; de su pierna solo conservo algo de movimiento en el primer dedo de su pie derecho.

Un día el encargado de la clínica lo llamo por su nombre; le dijo _ Oye Timothy, por el amor del cielo, hazte ver por un doctor, pareces un maldito lisiado. Y Timothy se tomó el resto de la semana para ir al médico.

Al concurrir derivado por el seguro de salud de la empresa, el doctor, hizo evidente su preocupación por tan manifiestos síntomas, a los que atribuyo su origen a un caso naturalmente neurológico, y sin dilaciones, solicito los estudios adecuados, como así también la urgente internación del hombre en el Nashville General Hospital. Claro está, que antes el galeno, regaño a su paciente por ser tan poco aprensivo con su dolencia.

Se le diagnostico un gran tumor cerebral, localizado en su lóbulo frontal izquierdo, al ver los estudios la Dra. Elizabeth Blackwell le comunico al hombre;

– amigo, hare lo que pueda, óyeme, seré clara contigo; hay una gran masa metida en tu cabeza, no sé si podré retirar esa cosa sin causar más daño del que ya tienes, volvió a mirar las radiografías forzando la vista hasta el mínimo detalle, luego, miro nuevamente a Timothy a los ojos, con sus fríos ojos celestes de grandes pupilas hendidas; y después de una leve duda que mostro como un temblorcillo en su labio inferior, casi imperceptible, le pregunto,

– ¿tienes mujer… tienes hijos? –

Timothy se sonrojo lo suficiente como para que la rubicundez de sus cachetes fuera evidente y le respondió,

– no doctora, soy soltero y no tengo hijos,-

es mejor, dijo la cirujana, es mucho mejor así.

- ¡Dra. Blackwell! –

exclamo la enfermera y primera ayudante de quirófano,

- ¿¡eso es el tumor!?-,

- sí enfermera Dix, me lleven los mismísimos mil diablos, en mis 23 años de neurocirujana jamás vi cosa así, mira Dorotea, mira esta cosa, es una piedra, una maldita piedra gigante encajada en el cuerpo calloso de este desgraciado cerebro… eeeps… debo tener cuidado con la arteria silviana, bien, parece ser que no está adherida a la cápsula del tumor… si, no… ¡ gracias a dios!.

Cuando la Dra. levanto el tumor hacia las potentes luces del quirófano, todos quienes estaban allí vieron como Elizabeth Blackwell retiraba del pobre y dormido Timothy McVeigh; con su cabeza abierta de zapallo anaranjado y roto al medio; un inmenso y luminoso diamante en bruto…

- ¿de cuántos quilates cree usted que tendrá? -

pregunto, la enfermera primera ayudante,

– no lo sé Dorotea, no lo sé – respondió,

-pero puede pesar unas dieciocho onzas… tal vez-.

Con el rostro iluminado por los destellos magníficos de la gema, la Dra. Blackwell dio vuelta su cara que servía de marco a lo que podía ser la más amplia sonrisa que jamás esa mujer tuvo en su vida,

- pero vamos a pesarlo ahora mismo para saberlo Dorotea-

y Dorotea Dix bajo la vista, enamorada de los ojos apasionados y encendidos de la Dra. Blackwell.

Timothy después de una larga convalecencia y de meses de rehabilitación logro movilizar aceptablemente su pierna derecha, nunca volvió a su trabajo, vive ahora de un subsidio del estado, nunca comprendió muy bien que le paso en la cabeza y nunca pregunto, en realidad, se siente afortunado después de todo, pero casi no habla, todavía cojea.

Hoy la enfermera Dix y la Dra. Elizabeth viajan dando estupendas disertaciones de neurología quirúrgica en las universidades mas prestigiosas del mundo, llevan a sus exposiciones el diamante de más de 402 quilates, con la seguridad necesaria que ese valiosísimo objeto requiere, todo, por supuesto, muy bien documentado, ya que el caso que disertan es de una extrañeza supina.

Parece ser que la Dra. Blackwell al fin es feliz.

Cosas como estas pasan todo el tiempo en Tennessee; a los alrededores de Nashville.



Diciembre 2020.

[ Cuento inspirado en otro cuento de Isaac Asimov.]




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Irremediable.


¿No se transforma en lobo cualquier puerta? 
 Olga Orozco 
(poema “La mala suerte”).

 

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1.

​Quién era yo antes de ti
sino una máscara de cristal turbio 
en el lupanar de un sol estrábico. 

Púlsar diamante 
en el arrabal de las últimas calles. 

2.

Aprendí a ser feliz en el olvido, 
en el aire protector 
que sostiene las alas 
de un puño de palomas 
desplomadas
desde la catedral azul de la mañana; 

en el vino resplandeciente de la siesta
que centauros 
ebrios de soledad beben de los charcos 
con la áspera ambrosia de la luna 
tan simplemente blanca del domingo. 

3.

Así 
los días levantaron el reloj violento de los años 
con su músculo de instantes. 

Así 
la lluvia con su tambor húmedo de selva 
fue creciendo en los peces asombrados del hastío 
hasta el dormido corazón de asfalto de la ciudad vacía
donde alguien 
edifico en tu nombre
el hijo que nunca nos dimos, 
para que toda tú fueras invisible a mis ojos. 

Así 
la muerte
viste la piedra angular de mi palabra. 

¡Oh! ausente. 

¡Oh! extranjera. 

Quién era yo antes de ti
de tu cuerpo leve 
como una hoja que cae. 


Diciembre 2020.


X

Ruleta

                               Pongo mi último poema en la recamara,
                               apunto hacia la sien rendida
                               con la precisión de un ciego.
                               Y la música final estalla roja
                               
                               en mi cabeza...
                               al jalar el acero blando de la pluma.

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